Yo me interno por entre los olores nauseabundos de la ciudad, respiro sus humos putrefactos que tanto adora mi amigo el escritor sin oficio que no hace más sino medir calles a ver si encuentra a la inspiración sentada en alguna silla abandonada del parque central donde un indigente de la calle se lava impúdicamente sus intimidades.
Camino sudoroso por calles ruidosas no sin antes detenerme en alguna iglesia fortuita para lavar mis culpas en la pileta bautismal o mirar el rostro de los santos inmutables ante los holocaustos cotidianos que a veces callan los periódicos, busco entre los rostros otro rostro, tal vez mi rostro.
Llevo la misma camisa rota y maloliente que usé la última vez que visité mi patria, voy con mi costal al hombro, llevo dentro de mi bolsa todo lo necesario para sobrevivir, todo aquello que requiere un peatón usual que se detiene frente a restoranes a alimentar sus ojos hambrientos con la dicha ajena, no uso armas aunque sí quisiera para defenderme de la frialdad y la mirada lacerante de quien pasa de largo, y desde luego, mi cuaderno de notas, mi libreta de apuntes inseparable como mi desgracia, aquí escribo las revelaciones que las musas de Homero y mis tripas me susurran, y sin creer que sea posible que alguien me lea alguna vez o me publique alguna gaceta literaria prestigiosa.
Vivo mi propio spleen y me atormento alterando mis sentidos para creerme profeta en mi propio mundo, en esta ilusión de biblioteca infinita que tengo que vivir bajo los puentes y a la intemperie, bajo el cielo abierto que admitirá mi tumba, mi descenso al valle de huesos donde reposa mi madre a quien acompañaré tarde o temprano.
Ya es tarde, la hoja se acaba, los renglones se tuercen o se doblan sin que yo pueda detener su tono nervioso de violín roto, y finalmente debo buscar alimento y techo antes que empiece a llover, ya las primeras gotas mojan la página palpitante, no soy yo, este llanto no es mío, estoy alegre, alegre porque se me han revelado misterios que sólo yo contemplo y puedo complacerme en ellos a mi antojo, nadie más ve o siente lo que veo o siento, sólo yo, y estoy feliz por ello, es un regalo y mi desgracia. Adiós, adiós a todos. Goodbye, Bogotá; Goodbye, Lennon. Adiós.