Correr es escribir. Y cada paso es una palabra al aire que la ruta va
grabando en el pavimento o en el sendero lleno de barro. Bajo el sol se escribe
mejor mientras se trota, y bajo la lluvia las palabras parecen diluirse en la
tinta del camino. Corremos y nos desestresamos, corremos y nuestros músculos se
tensan como las palabras, cada bache del camino es un guion en el espacio de la
hoja en blanco que se va poblando de símbolos como de corredores. Correr es avanzar, y aunque duelan las
piernas, las rodillas no funcionen, el estómago agudice su dolor bajo, se haya
agotado el agua para refrescar el paladar o la lengua que se pega como una lija
entre los dientes, siempre habrá la posibilidad de llegar, y como en la
escritura, no importa si se llega primero, sino si se disfruta el viaje.
Frente a la hoja en blanco como en el sendero, hay posibilidad de
inmovilidad. Sin embargo, sentimientos aparentemente opuestos equilibran la
balanza de las ansias: miedo, amor o tedio puede impulsarnos a rayar el papel,
a esgrimir palabras porque sí, a trotar por recreación, por pasar el tiempo,
para mantener la barriga al día, para disfrutar del paisaje o de los amigos
–pues nunca se va solo en un viaje como estos-, o para sobrevivir a la rutina.
Por eso escribimos, por eso trotamos. Y es que tampoco escribes solo. Todos los
demonios te acompañan, todos los dioses te siguen. El pasado es tu presente, el
futuro una posible trama literaria por contar.
Te caes, tus amigos te levantan, te ayudan, te sostienen, vas
escribiendo y no importan los tachones ni los olvidos, todo es devorado por el
fuego del olvido, vas abriendo tu propio sendero a través de las palabras, a
través de la naturaleza que nace bajo tus pisadas de trail runner, no vas
primero, es mejor ser último como si estuvieras escribiendo la novela de tu
vida a cada paso, a cada zancada, los ángeles demonios inflaman tu pecho y expanden
su fuego por tu sangre hasta que la escritura parece respiración, gemido, tu
propio aliento, como si corrieras contra ti mismo porque no tienes tiempo de hacerlo
en una segunda vida, porque es ahora, en medio de tachones y de la lluvia,
podemos llegar a la meta, es decir, palabra tras palabra, paso a paso, irnos
olvidando entre muchos otros corredores que nos ayudan a concluir el viaje,
entre amigos imaginarios que obligan a seguir escribiendo.
En todo caso, escribir y trotar nos impulsan a la marcha, a abandonar
toda inmovilidad, a ser creativos, nos oxigena, nos alimenta de suspiros las
venas, dejamos atrás nuestras oficinas y seguridades cotidianas por el riesgo
del viaje porque ambas opciones de vida –escribir y trotar- son tareas
arriesgadas. En ambas morimos un poco, en ambas nos acercamos a nuestro
destino, en ambas sabemos de qué material estamos hechos y hacia dónde no
queremos ir. Es por eso que no esperamos el tren sino que vamos en búsqueda de
él, quizás no para subirnos a uno de sus vagones sino para rebasarlo.
Yo, ahora, ya veo mi tren venir en el siguiente renglón y aún no termina
mi marcha, es un tren largo y gris que se confunde con la lluvia. Y continúo
trotando y tachando y rompiendo páginas, sin que se acabe la página.
Estamos en los últimos meses de 2023, y hasta hoy llego a esta página porque escuché sobre Alex Buitrago en la emisora de la Nacional. Mis respetos por sus escritos y gracias.
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