miércoles, 23 de diciembre de 2015

Una cita con Andrés Barbosa Vivas



"Conocí" a Andrés Barbosa Vivas en Facebook, fue como una casualidad, no sólo porque de pronto aceptó mi solicitud de amistad sino porque estábamos predestinados a no encontrarnos nunca. O tal vez sí. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer, pero sucedió meses antes de su muerte.
Anoche no pude dormir de pensar en esto, en que me parece imposible que Andrés Barbosa haya muerto prematuramente en un accidente automovilístico, ese mismo poeta que por Facebook admiró mi poesía y me invitó al festival de literatura a celebrarse ese año en diferentes bibliotecas públicas de Bogotá; de hecho teníamos una cita, nos veríamos aquella tarde de septiembre de aquel fatídico año en la biblioteca pública de Suba, cita a la que, por supuesto, Andrés no llegó…
Ahora me entero del premio concedido por la Fundación Andrés Barbosa Vivas, un premio para el cual no estaba preparado y que tampoco esperaba; parte del premio es hacer un mural con mi poema, el poema ganador plasmado en uno de los muros de la ciudad, y será en La Salle de Zipaquirá, colegio de donde soy egresado, lo elegí por aquellos viejos romanticismos exacerbados del pasado que ya no volverá jamás; será un mural maravilloso, no tanto por mi poema sino porque Andrés Barbosa Vivas estará ahí cumpliendo con la cita acordada…y realizará el mural junto a sus amigos más cercanos, hará pinceladas de sueño con un poco del polvo cósmico de sus bolsillos, reirá y poetizará bajo el picante sol sabanero que le quemará la piel y lo hará más feliz todavía…y al final de la jornada, fumará y brindará por la amistad…
Hablaremos del estado de la poesía actual en el país y de las imposibilidades de los jóvenes poetas que tienen talento pero que no cuentan con apoyo económico para publicar, y recordaremos a los estudiantes caídos en soledad, estudiantes poetas que caen a diario bajo las balas asesinas del Estado, de la policía, de la delincuencia común, del odio o de la soledad, nuestra oración será lanzar bocanadas al aire marihuano y establecer un pacto eterno con las estrellas…
Andrés Barbosa Vivas….paz en tu tumba donde quiera que andes o vueles o cantes…es hora de recorrer el infinito contigo, de volar sobre tus alas, de oír el zumbido de tu vuelo poético, de hacer rodar por las calles tus metáforas, de renombrar cada calle de la ciudad con tu apellido de lluvia o de barro, de pintar los semáforos de azul y de metamorfosearnos en el aire para ser lo que tu poesía quiera, regidos no por la gramática, sino por la dirección del viento y la variabilidad del clima…     

jueves, 17 de diciembre de 2015

El asesino


Ahora, con el filo del cuchillo en la garganta, recuerdo haber respirado el humo de las fábricas e ir desarrapado bajo la lluvia de esa calle del centro de la ciudad donde, por primera vez, sentí la mano invisible del invierno abofetear mi cara. Iba bajo los aleros escuchando sin oír el ruido mojado, el silbido metálico de la ciudad. Entonces, me deslicé como un molusco torpe por la acera mojada, bajo ese clima malsano para mi salud, náufrago no sé cómo en esas aguas densas de la realidad. Y, me dije, antes de escribir en mis apuntes: “…del ser imaginario que alguna vez fui sólo queda el aire, el artificio”.

Era anegadizo, pluvioso, no poeta, anti poeta, sombrío como un asesino cuyo resplandor de su cuchillo era grito entre sus manos. Y crucé el umbral baldío de la puerta de la casa a las seis en punto de la tarde ese ocaso de mil novecientos setenta y siete para asesinarlo en sus dominios, suficientemente despierto, calzando sus zapatos que pesan demasiado, y con el hondo abismo del olvido quebrándose por dentro. Y con la fiebre elevada como un desquiciado enfermo. “He de aniquilarlo sin dejar rastro, matar a ese otro que soy; al juez, jurado y verdugo que soy, este es mi destino mientras llueve”, me decía.                         
Él y yo nos parecemos demasiado. A mis treinta y siete años sufro como él los quebrantos propios de la edad, su edad es mi edad, yo uso lentes como él, llevo puesta su ropa empapada de lluvia, mi rostro es su rostro, y afeito como él mi barba espesa. No es que camine en sueños ni pasee los silencios de la casa adoquinada de sagas y mitologías, páginas tachadas y plegarias revoloteando como mariposas de papel contra los vidrios de las ventanas. Yo me llamo como él, Rodrigo Román es su nombre y su fotografía está estampada en mi cédula de ciudadanía. Me digo que no soy yo quien lo imagina. Y susurro sin premura: “…la policía nunca creerá en quién me he convertido, vaya uno a saber cómo, soy el hijo del ruido y de la lluvia de esta ciudad que él (el otro, el asesino) instiga, soy yo el habitante de odios aplazados y perdones por saldar que silba turbio bajo la lluvia de la muerte”.

Y lo anoto en mi libreta de apuntes. Él es quien se parece a mí y me persigue incluso hasta la oficina triste que me dobla el espinazo todo el día obrero, y toma cerveza conmigo acribillando el tedio de los domingos lánguidos con películas sobre asesinos. Ya nadie llena con su voz la soledad inmensa de la lluvia que rompe los tejados, e inunda de tristeza las calles agujereadas, desbarata andenes de concreto y desbarranca barrios de la punta de los cerros. Todavía imagino la puerta abierta al que alguna vez fui, pero es imposible olvidar al  asesino que saludé como si soplara las cenizas de los sueños que ardieron como brazas alguna vez dentro.

El doctor dijo que no estaba enfermo y que, aunque había esquirlas de esquizofrenia en mi sangre, no debía preocuparme. Sugirió hacer más ejercicio, consumir menos grasas y azúcares, no exponerme a la lluvia, y que mis alucinaciones eran producto de un cansancio acumulado que había heredado de algún antepasado suicida de hace más de un siglo. Yo, ciertamente, quisiera sentir que esta preocupación constante en la que he crecido y me retiene es una piel que desprendo a mi capricho, y rasgo para librarme al fin de quien me asecha, me observa y vive dentro de mi casa, consume la carne de la nevera, bebe mi cerveza, se acuesta con mis amigas, tiene mi voz, firma mis cheques, y quiere matarme. “No te preocupes, duerme un poco y lo verás”, dijo al irme de su consultorio.    

He dormido poco, las pastillas que consumo no calman mi angustia ni mi insomnio, mi cuerpo está tenso no tanto por las deudas sino por alguna razón inexplicable que el doctor atribuyó a mis fantasmas. Mi fiebre interna es a causa de las lluvias. Hoy, al abrir la puerta metálica de mi casa oí la música de las campanas de la catedral repicando su clamor tejado abajo. Mi casa ya no era mi casa, y era yo quien se doblaba como las páginas de mis cuadernos de escuela hace más de treinta años. Deliro. Sufro. Es natural para alguien como yo. Mi estado es lamentable, acaso no es mío el corazón de la materia de la que soy hecho. Solo soy entre este montón de palabras superpuestas. Y también exhibo innecesarias ambiciones: existir, olfatear, respirar, acariciar, besar…, he buscado el equilibrio de la balanza de mis apetitos carnales desde mi nacimiento.

Y llego hoy un poco lluvioso, todo el día llovidos los bolsillos, llamo a la puerta, abro, oigo un silencio marino golpear con su oleaje lejano todos los escombros de la angustia, naviero entro vestido de invierno, un atuendo que se ajusta a las proporciones de mi cuerpo, y libro de una vez por todas de la mordaza del delirio, por primera vez no soy el personaje de fanzine archivado en folios viejos, desesperado de polvo, y catalogado por un bibliotecario ciego que en una librería ruinosa de Buenos Aires enumera la luz de su tiniebla, y acepta su destino. Ahora, al fin, libre de toda enfermedad mental, no esquizoide, me conozco, soy este que existe, olfatea, respira, acaricia, besa y siente al invierno hasta sus huesos. Y frente al espejo, ante mi asesino, olvido todas mis empresas fallidas (páginas en blanco, poemas tachados, labios de mujeres hermosas por besar, la caricia del seno, libros arrumados que nunca leeré, cartas sin abrir, el fuego que derrumba mi casa) para cumplir la cita con la muerte, yo, mi propio asesino, asesino a mi asesino, y atribuyo tal designio a mi destino, al asesino que me habita, a ese otro que me asedia (y no culpo al azar ni a la incertidumbre a la que estoy atado), yo soy este que corta con el íntimo cuchillo mi garganta.  

domingo, 13 de diciembre de 2015

Plagio

Sí, lo admito muchas veces traté de hacer copia en los exámenes pero siempre, digamos, un impedimento moral y/o el terror de quedar como un zapatos delante de todos, me impidió sacar mis papelitos de copia (cuando todo era memorístico). Eso fue en el colegio. En la Universidad jamás me atreví a plagiar trabajos, mucho menos parciales. Claro, tampoco quiero parecer un adalid de la moral y las buenas costumbres. No. Sin embargo, ahora, como docente invito a los estudiantes a crear, a inventar, a escribir, a citar fuentes (y aunque estoy de acuerdo con mi profesora Carolina Sanín sobre la manera como la universidad encamina la escritura de textos académicos), me parece que -inicialmente, para quienes empezamos este camino de la escritura- es necesario citar fuentes bibliográficas. Pues bien, todo esto se debe a que uno de los estudiantes donde soy docente plagió un trabajo, y no, no lo celebro, me cuestiono. Finalmente, luego de hablar con él, "cari'acontecido" admitió su falta, se fue, y no obtuvo absolución. Al fin de cuentas queda el invitar a los estudiantes al esfuerzo, a interiorizar el Elogio de la Dificultad, y de paso, a no caer, como docente y estudiante que soy, en el mismo error. Aunque en fin, bueno, también el arte del plagio, como escribe David Foster Wallas en El Rey Pálido, requiere esfuerzo y disciplina ("La paradoja del plagio es que en realidad se requiere mucho cuidado y trabajo duro para llevarlo a cabo con éxito, dado que hay que modificar el estilo del texto original, sus sustancias y sus secuencias lógicas lo bastante como para que el plagio no resulte total e insultantemente obvio para el profesor que lo tiene que puntuar" pág. 91, Ed. Mondadori), fue, en todo caso, "insultantemente obvio". No hay ningún mérito en copar y pegar, o en transcribir a mano un texto fruto del esfuerzo y el trabajo de otro, un texto que atribuyo mío... Es insultante. A no ser que uno se crea Borges.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Poema del vino



Que el poema sea añejo
al beberse en copas de silbos
o en el cuenco de las manos,
que su aroma de vino suba
y crezca su delirio embriagador
entre las venas y hacia el corazón.
Que el poema se beba de una página
y se brinde entre renglones tachonados
y su licor alegre mi saludable ausencia.
No pido otras esencias para bebérmelas.
Yo vierto este poema en botellas de papel
para conservar la soledad del dulce líquido,
su aroma maderable a distancia,
su estatura de invierno reciente,
su volumen de ola ebria de luz,
su cuerpo nocturno vestido de luciérnagas,
su voz (sin silbos ni murmullos) sin orillas.
Ven y léelo de un sorbo, sin suspiración,
así, en esta copa
o renglón
que contiene versos aromáticos
de lluviosa espuma
hacia la oscuridad de la garganta,
así, sin reguero de versos
cuando se descorcha el poema.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Al otro lado de la nostalgia


Para ser exactos, ella, sola, no tendría otro remedio que esconderse detrás de un velo de  angustia que tejería desde que dejó a su viejo padre para ir a Londres, ella, quien quiso sólo salvaguardar a su padre de la soledad inmensa que se adhiere bajo la piel y atraviesa los huesos como un virus inmune a cualquier mapeo médico, a ella la soledad se le ramificaría por entre sus nervios y se le enraizaría férreamente como una sequoia que, naciendo de su sangre, crecería sin detener el avance de oscuras ramas muy adentro del alma. Y años después, sola, en su vejez, sufriendo de la decrepitud propia que trae la demencia senil, sin los mimos y caricias de sus nietos, sola el alma, necesitaría todo el frío entre sus huesos para sentir (como bajo la lluvia) a su padre pasar frente a los ventanales de la habitación de la planta baja; solo ahí ella, ella, cincuenta y cinco años después, y en un inesperado acto premonitorio, cercana la muerte, ella sabría que su padre nunca la había abandonado, y que en medio de su soledad, en esta hora de angustia él estaría a su lado (como siempre) en su tránsito a la ausencia, e inexplicablemente, quizás por primera y última vez, se les vería al fin juntos tomados de la mano en la densa niebla cerrándose ruidosa al otro lado de la nostalgia.          

jueves, 22 de octubre de 2015

Estación de invierno


Fabularé una ciudad de libros, 
cada calle será hecha de papel,
serán grafitis todos mis recuerdos,
la lluvia no horadará las calles
y en las calles se escribirán fantásticos poemas,
todos los poemas serán premiados por la lluvia,
nadie se quedará sin un premio literario
otorgado por la real academia de la lluvia,
cien mil académicos celebrarán el triunfo,
los poetas no serán catalogados
ni expulsados de las universidades
ni encarcelados dentro de los libros
y sólo leerán sus poemas bajo la lluvia
o para que no haya inundaciones.
En esta ciudad metamorfosearé el olvido...


De Estación de invierno,
mención de honor en el Concurso Bonaventuriano de Poesía y Cuento,
año 2013


Habitarás la ausencia
antes de tocar su concurrido timbre,
y abrazarás el aire
y los trenes que pasan,
los árboles,
mi sombra,
y la noche inmensa entrará por las ventanas
       donde caben silbos solos,
y besarás 
al poeta que cruza días verticales,
tus abismos,
al que está y no está,
mientras llueve.


martes, 20 de octubre de 2015

Mi Bovary

Yo, 
aguacero de principio a fin  
en tu lluvioso aquí 
             hasta sangrar las manos,
disemino esa soledad que ocupas, 
subo 
             y bajo por tus ansias, 
y anudo tu deseo a la sangre. 

jueves, 15 de octubre de 2015

El monje ebrio

Volveré a contemplar el mar desde algún peñasco, y traficar con comerciantes que, junto a piratas, nigromantes y alquimistas, venidos de todas partes del mar,  buscan fortuna, venden presagios o quizá  transmutan, con engañosos artificios, y a bajo precio, trastos viejos. Ahí me verás de nuevo esparcir en la plaza pública, ante los pobres ojos desarrapados de pescadores, prostitutas, moribundos de oficio y clérigos, mis hechizos, mis pócimas y mis ungüentos, para calmar el mal de amor, librar los cuerpos de la peste o cesar el escorbuto… Una vez más repetiré mi hazaña en aquel siglo de gentes apestosas y esquinas fétidas, de asaltantes de ligera suela y de reyes de carruajes de oro… Que estas palabras una y otra vez me revivan a tu lado, amada mía entre mi acá menos remoto, hecha de huesos de luz y sangre sin edad, y que el día menos largo y cóncavo de todos, me veas arribar undívago a la orilla de la sed y la lujuria que sólo habitas en ese tiempo neblinoso donde soy, otra vez, el monje ebrio que siempre se enamora de tu locura sin límite, música sin campanario que oigo aún muerto…

lunes, 28 de septiembre de 2015

Falsa autobiografía


                   Ahora, treinta y siete años después, a mis setenta y tres años, mi salud perfecta no obstante mi rictus deformado por una cierta mueca de sarcasmo cuando llueve, vestido de riguroso desasosiego, bebedor insaciable de miradas taciturnas, dueño de mi tranquilidad de nido en reposo, pleno de abrazos; señalo en la balanza de mis años los abismos que debo a mis amigos, y la luz vertical de los árboles que soy. Y aunque sólo de olvido me recuerde, aún me sacio de las mieles silvestres de la soledad dentro de mí y lamo la leche cenital de Afroditas poco cuerdas; cómplice del asedio, del asalto al olvido en la mitad de la noche, noctámbulo en esta página, noctívago de presunción, ceniza o sed que asecha de tumbo en tumbo, y con bastón de ciego, tantea las orillas del mundo.        

Cogua



Las calles de Cogua
las recorro en mi memoria.
Esas casas pequeñitas de barrio turbio
que ceden al olvido su cuota de pájaros,
y los lotes anegadizos
llenos de andamios de sombra,
con lluvia de por medio
y largas tempestades de sueño.


Foto extraída de la página de facebook de la Alcaldía de Cogua, Cundinamarca.

lunes, 31 de agosto de 2015

El perseguidor


                               Un día poco usual, soleado por cierto en esas regiones lluviosas de la tierra, me levantaré y recordaré mi pasado como dulce sueño antes de bajar al río, darle de comer a las gallinas y a los cerdos, ordeñar las vacas, y preparar el desayuno de la abuela. Mientras tanto seguiré huyendo de Teseo para evitar que me asesine, corte mis cuernos y se los lleve a su padre; mi asesino pretende descifrar la ruta de sombra sin necesidad de Ariadna, de su luz, de su hilo cálido y elástico que lo sostenga al tantear entre la sombra y la tristeza; yo, lluviosamente apresurado, escribo los signos que me esconden detrás de estos muros de arena que crecen, se elevan más arriba de los altos días y de la altura del fuego que me parió –mi cuerpo de animal solitario no añora ni el viento ni el mar ni el amor-; sólo sé que mi perseguidor se extravía entre las almas dolorosas, juega en la humedad que ni lo recuerda, recorre patios inútiles buscándome; busca detrás de estos muros que se bifurcan infinitamente, que se alargan en laderas, barrios deslumbrantes, lotes de barro lluvioso, casas de techos cóncavos; olfatea crepúsculos agrios que blanquean estatuas, espera al viento entre los árboles; quizá aéreo su lamento que yo oigo entre las palabras que se parecen a sus gritos, a sus pies, a su silencio; mira estas huellas resbalando, los susurros zigzagueando por la autopista que rodea, atraviesa las calles equidistantes de la nada que bordea el profundo centro delirante de este laberinto donde vivo.  
Yo, que añoro ese día -poco usual lleno de sol para vivir sobre la tierra-, vivo ahora en retrospectiva indefinida alterando sin tregua el tiempo sin origen, por ello, regreso a la era que me vio nacer minotauro mental dentro del laberinto de estos anegadizos libros, mariposa de lluvia más allá del agua, inmortal que quiere ser mortal el resto de sus días. 


Texto seleccionado en el Concurso de Aventuras organizado por Letras con Arte. Agosto 31 de 2015.  

jueves, 20 de agosto de 2015

Yo

1.

                                          Así
voy construyendo mi corazón:
de árboles, hoja a hoja,
de silencio baldío, de tierra,
y de olvido.


2.

Soy un desde
y un entonces.
Una tarde.
Soy escombros.
Lluvia.
Soy brisa
y uso zapatos de lluvia.
                              Días
                sueño
ayer.
Absorto de naufragios,
sucesivo,
me borran
las huellas al sur,
hacia las brisas.


3.

En el colegio
estudiaba las palabras
que caían de los anaqueles
o de la boca de los profesores.
Revisaba su geometría dorada,
sus aristas luminosas,
medía sus fatigantes vértices,
calculaba sus longitudes ideales,
oía su sonoridad de caracola
y situaba las palabras a contra luz
para observar su transparencia,
para ver su vientre de rocío
y su cuerpo
advenedizo a los presagios
y al aburrimiento,
exploraba sus territorios sitiados,
parcelados por la gramática,
y hallaba sus grietas de vasija de barro
por donde huían los suspiros de Dios.
Y escribía estas palabras en el viento
que descocía mis zapatos
por correr tras el invierno.


La casa

1.

Dibujo sus contornos de niebla
y lleno sus salones fantasmas
de un olor a distancia marina
y un quejido de aldaba sola.
Coloreo el corredor de angustia
que conduce a mi desasosiego
y construyo esta casa de suspiros.
Las palabras crecen como esta casa
levantada sobre los días y los sueños.


2.

En mi casa
visto de viejo grito
como una ventana
entre las grietas del aire,
como una gotera
al bajar
los escalones
de las obsesiones
y los sueños.
Humedecer la noche
es un grito.


viernes, 19 de junio de 2015

CUADERNOS DESTRUIDOS





Acá me sangran los dedos
con sólo extraer estas palabras de su sitio.
Las pulo bajo el silencio puro,
roca dura
y deforme.
Una cadena arrastro cuando escribo,
cuando cavo entre las palabras de la mina.
El rostro se me tizna de oscuros adjetivos
y visto del color de los presentimientos.
De tanto picar esta música incrustada y deforme
mis manos son un mapa sangriento.
Mi cuerpo se dobla por el peso del silencio
donde socavo la fuerza.
La lluvia rompe mis zapatos con su furia.
Y hasta el aire no es sino una mínima derrota,
una mínima derrota arrendada
y un pequeño olvido prestado.
Llueve mientras escribo encadenado al aire obrero,
mientras un tren espera en este renglón
a sus pasajeros vestidos de recuerdos.



Traducción al Eslovaco de Cuadernos Destruidos
Por Martina Capova


ZNIČENÉ ZOŠITY

Krvácajú mi prsty
Už len keď tieto slová vyťahujem zo zásuviek.
Obrusujem ich v úplnom tichu,
Tie tvrdé a neforemné skaly.

Keď píšem, vytváram z nich reťaz
Ako keby som kopal v bani slov

Tvár sa mi začierňuje tmavými prívlastkami
A odievam sa do farieb mojich predtúch
A keďže toľko hrám túto vyšperkovanú a znetvorenú melódiu
Moje ruky sa menia na krvácajúcu mapu
Moje telo sa zohýba pod tiažou ticha, už nemám silu.

Dážď zúrivo trhá moje topánky. 

A ešte aj vzduch je iba malá útecha,
Malá prenajatá útecha

A malé požičané zabudnutie.

Prší kým píšem v tomto utrápenom vzduchu
Zatiaľčo v tomto riadku vlak čaká

Na svojich pasažierov oblečených v spomienkach.



Primer Puesto: 
II concurso "la memoria de nuestros pueblos": 
Estudiantes caídos en soledad"
2013