lunes, 9 de octubre de 2017

Poema de olvido

Mención a su obra POEMA DE OLVIDO

Mil poemas por la Paz de Colombia 


Estimado Alexánder Buitrago Bolívar, me es grato informarle que el jurado calificador del V Concurso Internacional "Mil Poemas por la Paz de Colombia", concedió Mención a su obra POEMA DE OLVIDO.
Lo felicito sinceramente y agradezco su contribución con este anhelo de todo un país. En próximos días estaré haciéndole llegar su respectivo diploma.

Cordialmente,

Carlos Gerardo Orjuela Betancourt.


                                                 ___________________


Poema de olvido



Recuerdo mis olvidos.
Mi infancia como un largo invierno.
Yo espero bajo los aleros entusiastas
y fríos,
a orillas de estas páginas
                           blandas por el frío,
la lluvia que rompe mis zapatos
y la noche en la que viajo peregrino.


*
Esta mañana de aguacero musical
en que a manotadas cavo en los recuerdos,
remuevo capas de olvido,
hallo poemas, faros, tareas aplazadas,
regaños por llegar tarde al invierno
o por lloverme demasiado,
esta mañana de silbos destruidos por la lluvia,
inviernos, bibliotecas rotas dentro de tu cuerpo,
hay que morder el denso volumen de tu cuerpo,
la punta endurecida de tus pezones erguidos como agujas,
lamer la profunda estalactita rosada entre tus piernas,
extraer a besos los olvidos incrustados como espinas en tus piernas,
soltar las aves que llevo dentro para que ardan mis palabras,
bajo la luz
de esta calle imaginaria
de lento murmullo ahogado
que llamo lluvia voz adentro
o viento abajo acá dentro de mí,
esta mañana de aguacero musical
hay que escribir ahoras callados en la lluvia,
oír las flores inclinadas dentro del violín del viento,
ser aire de tu orilla
y poblar tu pensativo azul de tigres o de olvidos     
 -que es lo mismo.



*
Yo escribo en los cuadernos destruidos
mis aullidos,
activo 
y desactivo el mecanismo del olvido 
y lavo este renglón de barro
de adolorida hierba que creció en combate,
los abrojos de las ensangrentadas ruinas,
y beso cuerpo adentro
hasta tus árboles volcados dentro
no tus antiguas bibliotecas
ardiendo aún bajo los bombardeos,
no las palabras abandonadas
como estatuas al crepúsculo
sino tu inmortalidad de número
o de olvido,
mía bajo la lluvia,
lejos del nocturno asedio de las armas.









viernes, 30 de junio de 2017

El colegial


Palabras pronunciadas el 15 de mayo de 2017 para los profesores de La Salle de Zipaquirá. 


Recuerdo caminar como un estudiante más por estos corredores que ahora pueblan mis fantasmas. El colegio era casi el mismo que yo conozco ahora como coordinador comportamental. Como coordinador de disciplina. O, en palabras de otros, como coordinador de desarrollo humano. Entonces, no me preocupaba si los estudiantes alineaban adecuadamente en el patio los días lunes o en cualquiera de las celebraciones comunitarias (izadas de banderas, misas, etc), ni estaba atento al cabello largo de los otros, al piercing de mi amigo, ni tampoco revisaba si traíamos peine o pañuelo o si se asistía a clase con el pantalón de la sudadera entubado, ni me enojaba si alguien entraba a clase o no, menos aún si las jóvenes estudiantes llevaban el cabello recogido, las uñas pintadas o si el borde de su falda caía justo a la mitad de su rodilla, porque, sencillamente, la institución no era mixta.

Yo, un estudiante promedio, uno del montón, uno más con dificultades académicas (siempre habilitaba inglés y matemáticas), distraído e inseguro al preferir eludir las preguntas del profesor, altamente responsable al nunca haber faltado a clase o jamás fallar en tareas, apasionado futbolista de barrio, más bien enamoradizo, adolescente soñador  y quizás temeroso de un futuro incierto, qué iba a saber que años después sería Hermano de La Salle. Imposible haber adivinado que esos primeros poemas llenos de errores ortográficos de la clase de español en noveno –poemas realizados desde mi corazón en duelo por la muerte de Fernando Quiroz en una tragedia automovilística en la vía La Caro, antes del Puente del Común, compañero de clases y de fútbol al descanso- trazarían el sendero de mi proyecto de vida como escritor, y, menos, suponer que las exhortaciones en torno al evangelio según San Mateo del Hermano Francisco Nieto Sánchez, rector y profesor de Química, quizás alentarían mi vuelo para saltar al abismo de lo absurdo.

Obviamente, también yo, no sé si como los de mi generación, viví a mi manera mi rebeldía sin causa en los noventas, en la era de la máquina de escribir, en la década que aún celebraba las proezas del escarabajo de los ochentas Lucho Herrera, en los años del casete y de la gota fría, rayando el sol, vive la vida loca y la chispa adecuada, aún con el olor reciente en la nariz de la caída del muro de Berlín, sin que me importara demasiado la elección de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica ni que Kurt Cobain se hubiese suicidado, no obstante mis intentos fallidos por hacerle copia a la profesora Sara de Rey o a Martha de Karkómez o a Daniel Hernández, mi rebeldía ya era silenciosa y significativa, no me proponía ser el mejor académicamente ni el más elogiado ni el más "goleador" ni el más mujeriego: quería, sencillamente, sentir el aire, reír, disfrutar jugando fútbol o diseñando cometas de papel para hacerlas volar en el azul y, luego, en casa, sin el bullicio de la fiesta del día, escribía y escribía y escribía mis sueños en un cuaderno que sólo mi madre llegó a conocer.

Sabrán que fue hace bastante de esto que cuento, pero, ahora que ya no soy muchacho, que los años y los libros y la escritura y la vida religiosa han moldeado mi existencia, regreso a esa época de incertidumbres y alegrías, a mis años juveniles en los que vivía mi madre y mis hermanos eran más pequeños y mi padre caminaba menos encorvado, y agradezco a mis maestros su exigencia, su entrega, sus regaños a tiempo, sus lecciones sobre esta vida y la otra, la de más allá, incluso agradezco los debates de si el rock era o no satánico y aquello de que no a ir misa era condenatorio, agradezco la disciplina del peine y el pañuelo, el llegar a tiempo, el ser decente, el vestir elegante, el usar cabello corto, la buena ortografía, el orden en cuadernos, hacer tareas, llegar a tiempo a todo, respetar los himnos y los símbolos patrios, el orden en la vida personal…


Qué voy yo a saber si más adelante, en unos años, seré yo un fantasma que habite estos zaguanes, estos salones vulnerables repletos de estudiantes, estos patios memorables que la lluvia lava siempre para preparar el ingreso a clase de estudiantes alegres y entusiastas por vivir su propia rebeldía, de maestros osados y experimentados que hablan de la vida y sueñan con una educación liberadora e incluyente, de Hermanos de la Salle que dejan huella en los corazones de la gente. Entonces, seguro, si se me permite esa dicha, esa gracia, esa rebeldía, seré feliz al vivir eternamente en el lugar donde nacieron mis primeros sueños y, por primera vez, cayó a mi alma como un grito la semilla de la libertad y la esperanza.       


Foto tomada por Karen Sierra 

martes, 23 de mayo de 2017

Naufragios que también me habitan


Huele este poema hecho de jacintos soñadores,
lluvia gastada, piedras que mordí, tablas rotas,
graba alquilada, gritos de ausencia, silbos, suspiros,
pasos en la noche, vuelos sobre los tejados, campanas
sumergidas, dulces corrientes de pétalos en tu cintura,
pasos en la geografía tuya de estrella ruidosa.
Lame estos ríos de palabras que fluyen dentro del papel
que en tus manos es sombra o canto hacia los árboles,
pájaros que migran a tus ojos diluidos en la luz de tu rostro.
Mira esta corriente crepuscularmente oscura que asciende
serpeando desde tus pies obreros en la marcha
hacia tus pezones o estalactitas de piel que escalo:
hay palabras como peces volando dentro de tu cuerpo
o como enjambres de suspiros reunidos en tu boca.
Es como subir este poema silbo arriba hacia las palabras
de luz nupcial que nacen de tu boca, o caen como frutas
hacia tus manos entusiastas a medida que nace mi voz
de tus regiones jamás besadas, a medida que me levanto
de entre tus piernas de trigo como un sueño sin alas,
o te reconozco en el fuego nupcial de mi deseo sin límites.
Que estas palabras tiemblen asomando su cebecita ciega
por entre los aleros de este poema que es una casa
llena de demoliciones dentro, de escombros reunidos,
de hundimientos y naufragios que también me habitan.
Que estas palabras sean faros en la noche cóncava
que yo curvo al nombrarte siempre en la distancia.



Mención internacional de poesía concurso en Honor a la Palabra,
Quequén, Argentina, 2017.

sábado, 4 de febrero de 2017

Nosotros

                         

                            Para todos mis amigos



Nosotros, nocturnos,
sedientos de luna
              y luz oscura,
nosotros los habitantes
de calles apagadas
y aceras estrechas
de vendedores de lirios
y costuras de luz opaca,
nosotros los memorables
que olvidan el tiempo
y abren sus heridas
como una casa para vivir
y dejan entrar a sus palabras
todo el volumen del verano,
nosotros, los mismos de entonces,
los de siempre,
los memorables de olvido, nosotros.  

martes, 24 de enero de 2017

Historias de Colegio (Crónicas imaginarias)





Son las  6:45 am y debo apresurarme si no quiero llegar tarde. La buseta va atestada de gente, apenas y puede uno aprovechar el poco aire que circula. Mejor me voy bajando por en medio, “disculpe, disculpe,”, digo en voz alta, aish, esta vieja hijueputa no se quita de ahí, pienso para mí mismo mientras forcejeo tratando de llegar a la puerta de salida. No sé cómo puede esta gente vivir en una ciudad así, desplazarse de este modo tan inhumano sin chistar nada, sin quejarse, pero a quién o con quien o para qué, igual nada va a cambiar, todo va a seguir igual. Es cierto, soy un poco pesimista, a diferencia de mi abuelo quien ve progreso en una ciudad que no era nada hace tan sólo cincuenta años, llena de lodo por todas partes, sin el transporte público de ahora y los grandes planes de desarrollo que sueñan los mandatarios para seguir transformando la ciudad.
“Por acá, señor, déjeme por acá”, vocifero por encima de las cabezas de quienes van sentados. Mi voz fluye por entre los apretujones del nudo humano que trato de desenrollar para salir de este infierno. Me acomodo mi morral y aseguro mis audífonos. Recuerdo los consejos de mi papá: no hay que dar papaya, el que se duerme se lo lleva la corriente. Miro hacia adelante mientras voy liberándome cuerpo a cuerpo del tumulto que se arremolina dentro de la buseta olorosa a sudor envejecido, a aceite quemado y a comida trasnochada. Se detiene casi de inmediato y es como una onda que traspasa a todos, tiemblan todos los cuerpos que tratan de asirse a su centro de gravedad, y para no rodar por el suelo se agarran de lo primero que encuentran. Debo sostenerme fuerte y saber poner mis pies en el cemento para evitar caer delante de todos y hacer el oso. Estaría en boca de todos, sería el hazmerreír, la cantimplora del colegio por una semana, quizás dos, en la que todos depositan sus desperdicios. Eso ni pensarlo. Miro al conductor al descender de la buseta, algunos pasajeros ni se enteran de dónde están, ellos van escuchando música, mejor así, vivir desconectado de la realidad para no saber lo que sucede ni en la ciudad ni en sus vidas, el conductor que cambia el letrero de su próximo destino. Mejor ser como el perrito de goma que siempre será de goma y moverá su cabeza diciendo sí sin sentir nada por nada ni por nadie, sólo un movimiento nunca duda y siempre está de acuerdo a todo sin importar las explicaciones o los razonamientos.
Paso una de las porterías del colegio. El frente del colegio exhibe sus ladrillos a la intemperie. El muro que rodea el colegio es alto y coronado por una alambrada que nos protege de los peligros del sector. Esta calle está llena de huecos y además, me da risa, tiene un policía acostado que, como no está señalizado, hace saltar a todos los carros que no estén atentos a semejante elevación de concreto. El celador me mira de arriba a bajo como si buscara un indicio para no dejarme seguir. Ni siquiera lo saludo, ese desgraciado me cae mal, no solamente ayer sino más de una vez no me ha dejado seguir. Y sin poderse uno quejar por el derecho a la educación. Ayer, llegué cinco minutos tarde y me dijo que debía esperar al coordinador para que anotara mi nombre en la lista de retrasados. El celador es bajito, tiene poco pelo, ojos negros, usa gafas y revólver y es muy malgeniado. Creo que le gusta intimidarnos con su arma. Y si ve que uno lleva el cabello largo, tiene los ojos rojos, pupilas dilatadas o está mascando chicle lo esculca a uno el muy miserable para ver si encuentra alcohol o marihuana. Me da risa. El muy hijueputa cree que le vamos a dar papaya, no señor. Me escondo la colita de pelo debajo de la camisa para que don Carlos no se la pille y me acerco al círculo de mis amigos. Felipe a quien llamamos “flaco”, Andrés el care´pez, Camilo el “Churro”, Santi el “vago” y Alfredo quien nos gasta a los descansos por ser el de la plata. Les pregunto por el partido de Millonarios, por las posibilidades que tenemos de llegar a las finales, “no me joda, esa victoria sobre chandafé nos costó un arquero, no creo que lleguemos ni a cuartos de final”, dice el flaco. Bueno, más respetico con Santa fé, nosotros ganamos la temporada pasada, pilas…nos mofamos de Santi…eeehhh…uuuu…y le damos un par de calvazos.
Un profesor, “Ocho loco”, el de matemáticas, nos llama a los gritos para que pasemos a formar. Lo adelantamos y ni lo miramos. “Vístanse bien ese uniforme, esta es una institución respetable no cualquier colejucho de garaje”, grita mientras salpican sus babas por todas partes. Hacemos mala cara, avanzamos al patio central, vemos los imponentes edificios del saber que esperan, que nos aguardan para conocer mundos nuevos, soñar y formarnos para la vida. “Oiga, señor Alfredo, arréglese la camisa, no le han enseñado en su casa a vestirse, y usted, Sergio, ya necesita peluquero, si mañana viene decentemente llamo a sus padres”, y remata con nuestra poca paciencia “Ocho loco”. Nos embutimos  como podemos dentro del pantalón los bordes de las camisas del uniforme, abrillantamos los zapatos escolares contra las pantorrillas porque seguro van a revisar uniforme ahorita, nos arreglamos la corbata, ”marica hágame el nudo bien hecho”, “coooorran guevones que ya está hablando el rector….”              
Menos mal hoy tenemos salida a un museo del centro…, pienso. El patio central está rodeado de los edificios donde están lo salones, y para qué, la señora del aseo, doña Rosita hace bien su trabajo a pesar de nuestra ingratitud y descaro al arrojar la basura al piso habiendo caneca. “Haber señores, allá los señoritos de once que charlan como loras, cállense, no saben que tenemos izada de bandera, pongan ejemplo, haber, qué pensarán sus compañeros”, y la risa es general, cada profesor se encarga de su curso, pasan por entre las filas vigilando que cada estudiante esté en su sitio y bien presentado como lo manda el manual de convivencia, algunos regañan más de lo necesario, otros decomisan celulares o audífonos, y Andrea, tan bella esa profe que trata cariñosamente a sus estudiantes de prescolar. Nosotros babeamos por ella. Le doy un codazo al “flaco” cuando ella pasa frente a nosotros. “A discreción, atención, firrrrrrr…”, retumba la voz ampliada por el micrófono del profe “Chucha loca”, el edufísico, su voz y su mirada son espadas que cortan y alinean, que silencian y ordenan, que subyugan y detectan a los estudiantes más indisciplinados en el patio central del Colegio San  Lorenzo de Almagro. Suena el himno nacional de la república. Miro a derecha e izquierda, adelante y atrás: filas y columnas intactas como si fuésemos un solo pelotón dispuesto a la guerra del saber. Suenan las notas marciales del himno nacional. Observo a los niños de prescolar. Mi mente ahora viaja a mi infancia. Ahí estaba de la edad seis años sin entender el mundo (ahora trato de no entenderlo) cantando el himno nacional con la mano en el pecho para que el corazón no se me saliera por la boca. Mi patria bella, mi querida tierra, mi país natal, teñido por los colores de la bandera y símbolo de la entrega por el progreso y el desarrollo de sus gentes. Bah, pura carreta romántica. Falta sentarse a ver los noticieros nacionales para darse cuenta del mito en el que siguen empecinados. En fin, veo que ondea la bandera nacional en lo alto mientras se hincha de emoción el pecho de los profesores. ¡Cómo te adoro mi patria querida!
Le pregunto al “flaco” si trajo los Cd´s que le pedí y si me bajó los programas que necesito para la web que estoy diseñando. Me dice que sí y me los entrega al tiempo que llevo mis audífonos a mis oídos para no tener que oír más himnos ni tener que tragarme los discursos sobre cómo ser buenos estudiantes y para qué sirve estudiar, sobre los problemas de embarazos prematuros y el uso del condón, y además, toda una perorata sobre la importancia de madurar para por fin ser hombres con un proyecto definido que le sirva a la sociedad. ¿Qué significa todo eso?, me lo he preguntado todos estos años. Igual, yo creo que todo esto es fugaz y que nada es definitivo como la vida, es como un viaje que terminará algún día.
Ahora, los alumnos se desplazan por cursos a los salones de clase. Los profesores vigilan para que nadie se salga de la fila al baño ni para que se haga indisciplina. Siempre he comparado que a veces, no siempre, estamos como en un campo de concentración nazi y que esperan hacer cigarrillos y botones con nosotros. Lo vi en una película. Miles y miles de judíos quemados. Anuncian que el grupo ecológico se desplace al parqueadero porque el bus está por salir. Mejor irme, salir del colegio, así sea para ver el museo nacional, no importa, es preferible a tener que aguantarme la cantaleta de los cuchos. Ya me la sé de memoria y aunque a veces dicen cosas ciertos, hoy no estoy para sus vaciadas. Yo creo que ellos no soportan estar con nosotros, no disfrutan la vida, porque la vida es un paseo y hay que aprender a vivirla. Mire “al´pollo”, por ejemplo, el man era pinta y todo, alto, rubio, ojos verdes y hasta buena gente pero vaagoooo como él sólo, y vea, está becado y con todo pago en una prestigiosa universidad gringa. Eso sí que es saber vivir la vida.  
Acá las cosas seguirán igual y pues ojalá no se creyeran tantas mentiras, eso de soñar es bueno, pensar un nuevo país pero qué va, hay que ser realistas. Pienso a medida que la gente se va subiendo al bus. Me pongo los audífonos y sigo con mi cuerpo el ritmo de Metálica, ritmo loco y fuerte que me ayuda a sentir la plenitud del aire contaminado de la ciudad y lo sucio de la vida. La canción dura poco y ahora surge Nirvana en mi oído como si naciera de las sombras.  No puedo negar todo lo que me han dado mis padres y la profe Andrea, los consejos, recomendaciones y eso, pero nosotros, esta generación es diferente, hemos cambiado, los símbolos y las instituciones actuales ya no nos dicen nada, son obsoletos. ¿Quiénes somos? ¿Qué buscamos?, esas preguntas deberían resolverla ellos…       

****


El bus del colegio me dejaba en la tienda de la esquina. Me gustaba quedarme ahí, entrar a tomar gaseosa y comer papas fritas, no porque tuviera hambre sino para ver a Julianita. Era una de mis vecinas y estaba muy linda. Claro que después, al llegar a casa, era confrontado por mi padre quien decía que estos jóvenes de hoy día son anoréxicos, que debía alimentarme, y que en sus tiempos sólo se tomaba sopa. Mi madre, por otra parte, no decía nada y se iba a llorar en silencio a la cocina. Pero me importaba deleitarme con el largo cabello liso y castaño de mi amor secreto, sus tiernos ojos achinados y cafés, su bello rostro, sus rodillas apenas visibles entre el borde de su falda de pliegues y la terminación de sus medias largas, y su manera femenina de ser…
Todo comenzó cuando una tarde pasaba frente a la tienda de la esquina. No estaba muy llena de gente y el papá de la niña recibía diversa mercancía que dos fortachones bajaban de un camión. Yo iba distraído hablando no sé de qué cosas con Tomás y hacíamos pases, pintas, amagues, y fallidas veintiunas mientras nos dirigíamos al parque del barrio para un “picaito” o encuentro futbolístico con unos pelaos que nos las debían. De pronto, vi el movimiento de una blanca mano lúbrica con el rabillo del ojo, una mano pequeña de largas uñas pintadas que me llamaba. Era muy extraña esa situación porque Julianita, la más deseada y apetecida entre mis compañeros de curso, quienes se la echaban a suertes  y apostaban su primer beso, su deseable primera caricia, era muy seria respecto a esos temas, y a causa de esa actitud burlona hacia sus pretendientes habían sembrado dudas sobre sexualidad al tildarla de lesbiana y zorra.
La reacción de Tomás no se hizo esperar, yo había “dado papaya” como se dice por acá cuando uno da motivos para que se la monten, le tomen el pelo, se burlen de uno; le entregué el balón de fútbol a Tomás y me acerqué a Julianita pensando que mañana sería monumento de burla para mis compañeros. Ella me miró con la profundidad de sus ojos enrojecidos por el llanto, me entregó una carta, besó mi mejilla y entró corriendo a refugiarse dentro de su casa. Tomás se estaba desesperando, me llamaba a gritos, oiga chino, corra que ya empezó el partido de fútbol, no voy, le fije, tengo una cosa pendiente en la casa; pero qué le dijo esa lesbi; nada, nada, me acabo de acordar de un favor que debo hacerle a mi padre…y salí corriendo para mi casa con semejante tesoro de papel ardiendo entre mis manos.
Entré sin saludar a nadie y de un portazo que hizo vibrar los ventanales me encerré en mi habitación. Puse la música a todo volumen para conectarme con mi yo. La carta era nada más y nada menos que un chantaje. El anónimo era claro: “…o me ayudas a pasar en los exámenes, o hago público lo nuestro…perra”.  Me sorprendí muchísimo, menos mal que no publicó esto en Facebook, pensé, y recordé aquella película famosa en la que un periodista poco ético en el manejo de la información se reivindica moralmente al denunciar al propio director de la cadena de noticias donde trabajaba por los delitos de extorsión y malversación de fondos. ¿Y por qué no podría yo denunciarlo en el periódico del colegio?
Por amor un hombre hace hasta lo imposible. Al igual que aquel periodista de la película yo quería también poner en evidencia al delincuente denunciándolo públicamente en el periódico escolar. Decidí portar en alguno de mis bolsillos una pequeña libreta y un bolígrafo para anotar los detalles de la investigación. Necesitaba, como en las películas policiacas, atar todos los cabos sueltos para capturar al secuaz y poder, finalmente redactar la noticia. Tenía, al menos dos datos para empezar la pesquisa. Primero, mi linda Julianita sabía quién era y además conocía el secreto por el cual estaba siendo extorsionada; segundo, la letra me podría llevar al culpable, a sus móviles y a su plan macabro. Y aunque Juliana nunca me reveló el secreto, pude caracterizar al culpable antes que me revelara el nombre.
Encontré en internet varios links que revelaban las personalidades de las personas según su tipo de letra. Me fijé en la escritura de la carta. Algunas palabras no reposaban sus cuerpos sobre los renglones. Ciertas letras como la “l” y la “t” estaban levemente inclinadas hacia atrás, y otras como las vocales no estaba del todo trazada su circularidad en el espacio. Tal vez el afán o la fatiga lo habían llevado a no terminar completamente ciertas letras y la ausencia de signos de puntuación hacía pensar que no le importaba la presentación estética de sus trabajos. Pero su texto, aunque corto y amenazante, reunía todas las condiciones específicas: había empezado en azul y terminado en verde, no pocos trazos eran inseguros, en algunos renglones había tachones y el término “zorra” estaba encerrado en un círculo de tinta roja. Un asesinato, pensé, luego sonreí por empelicularme demasiado.
Al día siguiente, formación en el patio, cantar los himnos, con todos… a discreción… atención, firrrr….; ese día no asistió mi angelito. Y aunque todos los compañeros de curso eran sospechosos, el perfil de la personalidad del susodicho descartaba a varios. Inevitablemente mi obsesión por la forma de escribir de mis compañeros me hacía fijarme en sus cuadernos y en cualquier detalle que me revelase lo más privado de su personalidad. Y todo lo anotaba en mi libreta. Me daba cuenta que algunos profesores era déspotas y les agradaba humillar a sus alumnos como mecanismo de defensa y de dominio. Y que había estudiantes de todo tipo. Pero sólo me fui fijando en los inseguros que le pegaban a los más pequeños, a quienes peleaban para llamar la atención, y a quienes tenían más de cuatro novias en el colegio sin que ellas lo supieran. Descarté a los vagos y a los perezosos porque no asistían a clase y tampoco tenían cuadernos.
Al salir del colegio, no llegué directamente a casa sino que, al bajarme del bus, entré a la tienda y pregunté a Julianita.
-Tienes que decirme quién es el responsa…
- Lo encontrarás mañana en la cancha de básquet pegándole a Tomás… eso me dijo…

Y me abrazó fuertemente como si fuera a partir para la guerra.

Al igual que el periodista de aquella película pude, al fin de cuentas, develar la verdad. La evidencia que había reunido me sirvió para redactar una noticia sobre las víctimas a manos de aquel matón de poca monta. Y, claro, nunca me la publicaron en el periódico del colegio (no obstante, vuelvo a decir, no obstante las evidencias reunidas tales como el análisis de su escritura, el testimonio de Julianita y no otras tantas víctimas, las fotografías de la escena, etc.), no lo publicaron porque creían que era un irrespeto al estudiante, que había otras maneras…aun así, tengo el recuerdo de un ojo morado y la nariz reventada por amor a Julianita. Sí, suena masoquista pero ahí nació lo que soy. Y ahora, acá, cincuenta años después, donde poco importan los reconocimientos por mi labor docente o mi trabajo periodístico, aislado en esta oscura habitación de no sé dónde, a la espera de que mis captores me traigan la última ración de pan rancio y agua sal del día, pienso en la posibilidad de huir para decir la verdad aunque me cueste la vida… nunca me doblegué a la usura ni al político de turno, jamás sucumbí al dinero fácil y muchas veces preferí aguantar hambre antes que inclinarme… y menos ahora, ahora que estoy preso a causa de mis ideas…