jueves, 8 de octubre de 2020

El árbol


He creído antes que soy un árbol:

la cabeza, copa; el cuello, tronco; y de ahí para abajo

solo raíces, desde el hundimiento de la garganta

en el abismo de la clavícula,

hasta el dedo pulgar de los pies”

 

Olga Lucía Martínez Castellanos  

 

“...me miro y me crecen como ramas...”

Liliana Moreno Muñoz

 

Yo era delgado, sacudido por la tempestad. Mis ramas, por el viento. Nací en un país extraño habitado de bruma. Mi frágil cuerpo no huía de la lluvia. Sin saber crecer nunca aprendí a correr. Los pájaros diseñaron sus nidos en mi madera. El tiempo se detuvo entre mis ramas. Yo subía con hojas y silbos al cielo y por mis escarabajos ascendían a su antojo. El musgo se adhirió a mi madera. Me habitaron insectos. Larvas entre mis grietas oscuras. Me picotearon los pájaros; sus cantos tejieron entre mis ramas. Los amantes gustan dormir contra mi tronco húmedo por tantos besos, entrelazando sus nombres en mi vientre. Pero los amantes saben que algún día el hombre que regó mi tierra, aquel que dejó su cicatriz de amor en mi corteza terrestre, sus huellas en mi piel, arribará con más hombres, vendrán con sus cuchillas a cortarme en partes iguales, para transformarme en mesa o en puerta de una casa. Seré lápiz o puente en la noche sin caminos. Y fabricarán conmigo la más elemental cuchara para alimentar al pueblo. Así sabré que fui útil para todos.               

 

jueves, 9 de enero de 2020

Entrevista a Alexánder Buitrago Bolívar

Revista Literaria Digital Boca 'e Loba




Los niños de la guerra



15 de mayo de 2019

En medio de las festividades del docente, de los mensajes por redes sociales en los que en mi país Colombia se replantea la labor del docente al valorarlo como persona y profesional entregado a ir más allá de los horarios, un día en el que también se reclamó (sin marchas mi paros paralizantes en todo el país) el trato digno (en, por ejemplo, un adecuado y merecido servicio médico) y el también respeto salarial a la labor docente, leía en el número 162 de la revista Arcadia un texto conmovedor escrito por una de mis profesoras de literatura en la Universidad de los Andes: "Mientras miro la exposición se me ocurre que el dolor que está en la raíz de todos los dolores es el del cansancio del que no se puede descansar. Toda tortura, toda humillación, toda esclavitud, todo abuso, todo cautiverio y toda carencia conllevan el robo del descanso"; así, la profesora Carolina Sanín se expresa respecto a la exposición El testigo de Jesús Abad Coronado, quien fotografió la guerra en el país durante un cuarto de siglo y de ese modo también evidencia el otro lado de nuestra celebración del 15 de mayo en honor a nuestros educadores. Es decir, todos los niños deben volver a la escuela, tener acceso a la educación, cambiar su dolor por alegría, la alegría de andar por su patria sin miedo a campos minados, o a bombardeos, o a cualquier tipo de reclutamientos, o a trabajos forzados que los vuelvan a obligar a cambiar sus juguetes por armas, a cambiar las tareas de sus cuadernos para vender dulces en un semáforo o a mendigar en los semáforos. Yo creo más bien en un futuro cercano en el no haya niños de la guerra sino, al contrario, niños felices, niños de la paz.


Alexánder Buitrago Bolívar


Sobre Estación del Fuego

RECUERDOS EN ROJO DE UNA ESTACIÓN DE FUEGO
(Palabras de mi estimado amigo el escritor peruano José Antonio Contreras)

Hace ya un año pasaba hacia Bucaramanga, el avión había realizado una parada en Bogotá, y tenía poco tiempo para embarcarme nuevamente hacia mi destino. Después de cruzar el cordón de seguridad, comprobar nuevamente que no contaba con megas en el celular, caminaba triste al no haberme podido encontrar con una persona con la cual había quedado en El dorado.
De pronto ingresó una llamada milagrosa, era el poeta Alexánder Buitrago, el aeropuerto había activado un sistema de wifi para viajeros que duraba apenas unos ínfimos minutos, fue suficiente.
Corrí de nuevo hacia la salida y pude sentir el abrazo de fuego de este poeta y todas sus palabras. Le entregué 10 ejemplares de la Antología Poética Colombiana “La palabra provocada”, él en cambio, me entregó su Estación de fuego”.
Leí el libro con unción en todo el trayecto hacia esa ciudad hermosa de los parques que me esperaba para dialogar sobre la poesía y la integración cultural de la cual somos partícipes y seguidores.
En esa oportunidad pude entender que “el viento / es una muchacha alegre” y que “hay naufragios / que besar” y “que puedo escribir / que besar / determina / la estación que habita / el fuego”. Esto como un aperitivo antes del ágape definitivo y completo.
Desde ese momento quise escribir sobre este pequeño libro rojo que me ha inflamado las venas en muchas oportunidades, pero el acontecer diario, el trabajo agotador y días y noches que no tenían frontera, no me lo habían permitido.
Cuando llegué a Europa me lo puse como meta, como si fuera alguna responsabilidad hablar sobre este pequeño incendio para que todos mis contactos y seguidores lo conozcan.
Y seguí viajando, y “cruzo / distancias remotas / constelaciones / magnéticas / la / repetida / lluvia quebrándose / el / oleaje / de besos / apenas / celebro / curvas soleadas / pleno / de tus hombros / a tus pies / volando / digital / de besos / subo / por tus piernas / divino / pequeñísimo / para hospedarme / temblando / de pasiones / por siglos / amor / escalo / líneas ebrias / duplicadas / de fuego / cubiertas / de mariposas / nube / hacia la eternidad”.
Y ahora digo en este año que se muere: yo también soy. “Soy mi ayer / fui / buscando / el tiempo / su voz / azul violeta de los campos / rayos de sol / la hierba y las raíces”.
Ya finalizando el libro el poeta grita: “Yo recorro / las huellas que dejan las palabras / distancias / soy / eres / única / como un campanario de besos”.
Estoy seguro que el poeta Alexánder Buitrago está cumpliendo a cabalidad lo que anuncia en el último verso de este hermoso libro rojo que, como vuelvo a repetir, me inflama las venas de vez en cuando, y soy rojo, y soy poesía, y soy hombre que ama y se siente amado: “Iré / ocupando / el sitio de la primavera”.

La imagen puede contener: Alexánder Buitrago Bolívar, sonriendo, interior
                               

Para Escribarte

Regreso años atrás hacia las calles de Cúcuta. Me lanzo por entre los árboles en el viento que mueve las hojas presurosas. Voy feliz por esas calles de Cúcuta largas que se angostan en la noche para encontrarme de nuevo con bohemios beodos que liban el vino de la vida: son poetas. Poetas que sueñan como si fueran ángeles sin alas. Poetas que arrastran sus alas como albatros. Poetas que escriben bajo la lluvia y sin que nada ni nadie los detenga escalan el aire del poema más allá de los libros o la noche. Yo los miro como atletas preparándose para subir poema arriba hacia la cima palpitante. Ellos tonifican sus palabras estirándolas elásticas como la música. Los poetas son atletas que acostumbran escalar suspiros o silbos. Sólo basta un soplo para que nos sueñen. Yo mismo una vez fui parte de este cenáculo de sombras que entrenan para la carrera en el poema. Y bebí las palabras que se les escurrían por entre sus manos como árboles o relámpagos. Y mírenme ahora cayendo o resbalando demasiado imaginario hacia el fondo de poemas rápidos como ríos furiosos. Quizás sea yo, ahora que llego en sueños a Cúcuta y atravieso las paredes de luz de la Torre del Reloj. Quizás sea yo ese otro que aún recorre las calles lunares de Cúcuta para encontrar el rastro de los ángeles o demonios que se besan en la estación de olvido. Soy quien los encuentra a ustedes soñando sueños por todas partes y más allá. Porque ustedes son soñadores que tejen y destejen el aire para que nosotros existamos, para poder vivir el día a día sin perder el equilibrio en la cuerda floja de la locura. Ustedes son quienes llenan nuestros bolsillos de duendes y pueblan nuestra barba de mariposas fantásticas en las noches cóncavas como éstas. Noches como estas en las que, por ejemplo, llego desde muy lejos en la nave cóncava del viento para sitiarlos con abrazos interminables, para cantar a la luna pálida devoradora de ojos y demoler en los parques públicos de la ciudad las estatuas sudorosas del verano. Miren mis manos hondas de hojas. Y mi cabeza de girasol ciego. Y mi pecho amante de otros soles negros lejanos. Soy otro que suspira o respira sus palabras húmedas de caracoles y prisas. Yo, esta noche laberíntica en que me extravío en los después, esta noche los aplaudo con olas y besos, con cielos rápidos y autos veloces, y los celebro con escuelas de bosques abiertas para todos sus vuelos o fugas; los celebro, amigos poetas, con campanas submarinas y con pan de poesía para todos los que sufren de insomnio.

El reino de este mundo


                                                                                                                   

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Alexánder Buitrago Bolívar