jueves, 14 de mayo de 2015

¿Dónde está la cuchara de Silva?





“¿Dónde está la cuchara de Silva?”


¿Dónde está la cuchara de Silva?



Por Alexánder Buitrago Bolívar (@Al1234com)*


La pasada Feria del Libro de Bogotá fue un espacio cultural, académico -y comercial, sobre todo esto último-, para encontrarme con amigos que lanzaban sus libros de poemas madurados por la experiencia del tiempo y la paciencia para corregir-olvidar-corregir; libros cuyas ediciones fenomenales incitaban a degustar, a devorar la totalidad de los versos contenidos; aunque vi también libros de bella edición que ofrecían realmente poco. Esta vez, sin embargo, mis pupilas de aprendiz de escritor se detuvieron en libros que debí haber leído y no lo he hecho por falta de tiempo o porque se han cruzado otros libros en mi camino; libros que algún día leeré, me decía bajo el pretexto de aliviar mi culpa; buscaba, en todo caso, otra cosa, y la encontré en el libro snob del momento, el libro que todo Bogotano o chapineruno que se respete debe citar entre amigos para pasar por culto: Chapinero, reciente novela del célebre escritor bogotano Andrés Ospina. Doscientas setenta y nueve páginas. Editorial Laguna Libros.

Vale la pena leerlo porque, sin querer pasar yo por experto en la materia, me parece tiene muchos aciertos. En mi caso personal, me encantó sentir de nuevo caminar al poeta, a nuestro poeta colombiano por excelencia, al bardo bogotano e incomprendido poeta José Asunción Silva quien vivía en lo que hoy es el barrio La Candelaria, centro de la ciudad, a unas pocas calles de la plaza de Bolívar y de la catedral primada de Colombia. Lo leí desinteresadamente, sin buscar lo que hallé en la irrepetible Ilíada o la última novela de Sofi Oksanen, cuya narrativa ya me había traído demasiadas dichas en su novela Purga. Y es que el poeta bogotano, precursor preclaro del modernismo Colombiano y latinoamericano, según la novela Chapinero resulta relacionado con una cuchara de plata, o mejor, en palabras Antón, dueño original de la reliquia “Mi calzador, única joya mía, se quedó extraviado entre esos haberes de los que no sé desde mi fuga”, zapatero venido de Cádiz, prófugo y alpargatero al final de la novela.

La novela ofrece una clara estructura narrativa, una búsqueda por reconstruir, desde el artificio, costumbres e historias de Chapinero –escenario central del relato- desde diferentes épocas a partir de personajes creíbles que, según el mismo autor, se pueden leer por separado o siguiendo el orden de las páginas; una novela –quizás- incardinada en el canon urbano de la violencia, pero, mis sentimientos fueron contrarios: al principio me dejé seducir con la idea fantástica de que lo único que José Asunción Silva pudo rescatar de su naufragio frente a las costas de Maracaibo fue una cuchara, reliquia familiar de los Heredia, única posesión valiosa de Lorenzo, desventurado artista que arma un zaperoco de más de doscientas páginas tratando de encontrar el origen de la cuchara o calzador para, con el dinero de la venta –no voy a decir en cuánto se vendió ni a quién-, solventara económicamente su existencia durante algunos meses. Y luego,  me invadió la rabia: ¿por qué una célebre cuchara y no las obras literarias que jamás pudo reconstruir Silva?

Finalmente, me gustó de la novela Chapinero la presencia de José Asunción Silva y las huellas de su época, una época que poco conocemos o a la cual no queremos voltear la mirada, nosotros, los hijos del poeta, y ver, desde la maravillosa ficción fabulada por Andrés Ospina, otra faceta de Doña Vicenta, la madre del poeta, una madre cercana y dolida por la muerte de don Ricardo Silva y la desaparición de la hermosa Elvira y por el suicidio de su hijo con un disparo que, literalmente, le partió su corazón en dos…e imagino otro final posible, si el caprichoso pulso del escritor hubiese ideado un José Asunción Silva que jamás rescató el calzador de plata de su naufragio sino su obra literaria entera, y, un artista chapineruno poco célebre sin una herencia familiar que lo ayudara a sobrevivir otros meses…


viernes, 1 de mayo de 2015

Cotidianidad

“Si mi alma no fuese alma
una gaviota sería”.
M. del Mar

El poeta pisa descalzo la sal del día
con sus pies llagados.
Y arrastra sus alas cuando pasa,
y se ríen
si viste como los museos mohosos
y las librerías ruinosas,
es un callejón de asesinos,
un disparo al aire
y una calle que habita nadie.
Oscuramente llueve dentro de sus ojos.
“Esta calle larga huele a sílaba triste”,
escribe bajo el cielo sin tejados.
Es un grito en la hojarasca
desde la intemperie de sus vértebras.