viernes, 30 de junio de 2017

El colegial


Palabras pronunciadas el 15 de mayo de 2017 para los profesores de La Salle de Zipaquirá. 


Recuerdo caminar como un estudiante más por estos corredores que ahora pueblan mis fantasmas. El colegio era casi el mismo que yo conozco ahora como coordinador comportamental. Como coordinador de disciplina. O, en palabras de otros, como coordinador de desarrollo humano. Entonces, no me preocupaba si los estudiantes alineaban adecuadamente en el patio los días lunes o en cualquiera de las celebraciones comunitarias (izadas de banderas, misas, etc), ni estaba atento al cabello largo de los otros, al piercing de mi amigo, ni tampoco revisaba si traíamos peine o pañuelo o si se asistía a clase con el pantalón de la sudadera entubado, ni me enojaba si alguien entraba a clase o no, menos aún si las jóvenes estudiantes llevaban el cabello recogido, las uñas pintadas o si el borde de su falda caía justo a la mitad de su rodilla, porque, sencillamente, la institución no era mixta.

Yo, un estudiante promedio, uno del montón, uno más con dificultades académicas (siempre habilitaba inglés y matemáticas), distraído e inseguro al preferir eludir las preguntas del profesor, altamente responsable al nunca haber faltado a clase o jamás fallar en tareas, apasionado futbolista de barrio, más bien enamoradizo, adolescente soñador  y quizás temeroso de un futuro incierto, qué iba a saber que años después sería Hermano de La Salle. Imposible haber adivinado que esos primeros poemas llenos de errores ortográficos de la clase de español en noveno –poemas realizados desde mi corazón en duelo por la muerte de Fernando Quiroz en una tragedia automovilística en la vía La Caro, antes del Puente del Común, compañero de clases y de fútbol al descanso- trazarían el sendero de mi proyecto de vida como escritor, y, menos, suponer que las exhortaciones en torno al evangelio según San Mateo del Hermano Francisco Nieto Sánchez, rector y profesor de Química, quizás alentarían mi vuelo para saltar al abismo de lo absurdo.

Obviamente, también yo, no sé si como los de mi generación, viví a mi manera mi rebeldía sin causa en los noventas, en la era de la máquina de escribir, en la década que aún celebraba las proezas del escarabajo de los ochentas Lucho Herrera, en los años del casete y de la gota fría, rayando el sol, vive la vida loca y la chispa adecuada, aún con el olor reciente en la nariz de la caída del muro de Berlín, sin que me importara demasiado la elección de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica ni que Kurt Cobain se hubiese suicidado, no obstante mis intentos fallidos por hacerle copia a la profesora Sara de Rey o a Martha de Karkómez o a Daniel Hernández, mi rebeldía ya era silenciosa y significativa, no me proponía ser el mejor académicamente ni el más elogiado ni el más "goleador" ni el más mujeriego: quería, sencillamente, sentir el aire, reír, disfrutar jugando fútbol o diseñando cometas de papel para hacerlas volar en el azul y, luego, en casa, sin el bullicio de la fiesta del día, escribía y escribía y escribía mis sueños en un cuaderno que sólo mi madre llegó a conocer.

Sabrán que fue hace bastante de esto que cuento, pero, ahora que ya no soy muchacho, que los años y los libros y la escritura y la vida religiosa han moldeado mi existencia, regreso a esa época de incertidumbres y alegrías, a mis años juveniles en los que vivía mi madre y mis hermanos eran más pequeños y mi padre caminaba menos encorvado, y agradezco a mis maestros su exigencia, su entrega, sus regaños a tiempo, sus lecciones sobre esta vida y la otra, la de más allá, incluso agradezco los debates de si el rock era o no satánico y aquello de que no a ir misa era condenatorio, agradezco la disciplina del peine y el pañuelo, el llegar a tiempo, el ser decente, el vestir elegante, el usar cabello corto, la buena ortografía, el orden en cuadernos, hacer tareas, llegar a tiempo a todo, respetar los himnos y los símbolos patrios, el orden en la vida personal…


Qué voy yo a saber si más adelante, en unos años, seré yo un fantasma que habite estos zaguanes, estos salones vulnerables repletos de estudiantes, estos patios memorables que la lluvia lava siempre para preparar el ingreso a clase de estudiantes alegres y entusiastas por vivir su propia rebeldía, de maestros osados y experimentados que hablan de la vida y sueñan con una educación liberadora e incluyente, de Hermanos de la Salle que dejan huella en los corazones de la gente. Entonces, seguro, si se me permite esa dicha, esa gracia, esa rebeldía, seré feliz al vivir eternamente en el lugar donde nacieron mis primeros sueños y, por primera vez, cayó a mi alma como un grito la semilla de la libertad y la esperanza.       


Foto tomada por Karen Sierra 

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Nació en Zipaquirá el 24 de noviembre de 1977. Participó en los colectivos literarios Fundación Siembra, Zaguán de Poesía y Los Impresentables. Es Hermano de la Salle. Publicó el poemario Estación del fuego en 2007. Ha obtenido varios reconocimientos literarios: Primer puesto en el II concurso “La memoria de nuestros pueblos”: Homenaje a los estudiantes caídos en soledad" (2013); mención en el IX concurso Bonaventuriano de Cali (2013); mención en el XXVI concurso de Poesía y Cuento de la Universidad Externado de Colombia (2013), segundo puesto en el XII concurso de poesía Eduardo Carranza (año 2014) y mención de honor en el XII Concurso Bonaventuriano de Cali (2016). Ha publicado artículos y poemas en varias revistas literarias. Colaboró como columnista en la revista digital Vórtice (2015).