jueves, 17 de diciembre de 2015

El asesino


Ahora, con el filo del cuchillo en la garganta, recuerdo haber respirado el humo de las fábricas e ir desarrapado bajo la lluvia de esa calle del centro de la ciudad donde, por primera vez, sentí la mano invisible del invierno abofetear mi cara. Iba bajo los aleros escuchando sin oír el ruido mojado, el silbido metálico de la ciudad. Entonces, me deslicé como un molusco torpe por la acera mojada, bajo ese clima malsano para mi salud, náufrago no sé cómo en esas aguas densas de la realidad. Y, me dije, antes de escribir en mis apuntes: “…del ser imaginario que alguna vez fui sólo queda el aire, el artificio”.

Era anegadizo, pluvioso, no poeta, anti poeta, sombrío como un asesino cuyo resplandor de su cuchillo era grito entre sus manos. Y crucé el umbral baldío de la puerta de la casa a las seis en punto de la tarde ese ocaso de mil novecientos setenta y siete para asesinarlo en sus dominios, suficientemente despierto, calzando sus zapatos que pesan demasiado, y con el hondo abismo del olvido quebrándose por dentro. Y con la fiebre elevada como un desquiciado enfermo. “He de aniquilarlo sin dejar rastro, matar a ese otro que soy; al juez, jurado y verdugo que soy, este es mi destino mientras llueve”, me decía.                         
Él y yo nos parecemos demasiado. A mis treinta y siete años sufro como él los quebrantos propios de la edad, su edad es mi edad, yo uso lentes como él, llevo puesta su ropa empapada de lluvia, mi rostro es su rostro, y afeito como él mi barba espesa. No es que camine en sueños ni pasee los silencios de la casa adoquinada de sagas y mitologías, páginas tachadas y plegarias revoloteando como mariposas de papel contra los vidrios de las ventanas. Yo me llamo como él, Rodrigo Román es su nombre y su fotografía está estampada en mi cédula de ciudadanía. Me digo que no soy yo quien lo imagina. Y susurro sin premura: “…la policía nunca creerá en quién me he convertido, vaya uno a saber cómo, soy el hijo del ruido y de la lluvia de esta ciudad que él (el otro, el asesino) instiga, soy yo el habitante de odios aplazados y perdones por saldar que silba turbio bajo la lluvia de la muerte”.

Y lo anoto en mi libreta de apuntes. Él es quien se parece a mí y me persigue incluso hasta la oficina triste que me dobla el espinazo todo el día obrero, y toma cerveza conmigo acribillando el tedio de los domingos lánguidos con películas sobre asesinos. Ya nadie llena con su voz la soledad inmensa de la lluvia que rompe los tejados, e inunda de tristeza las calles agujereadas, desbarata andenes de concreto y desbarranca barrios de la punta de los cerros. Todavía imagino la puerta abierta al que alguna vez fui, pero es imposible olvidar al  asesino que saludé como si soplara las cenizas de los sueños que ardieron como brazas alguna vez dentro.

El doctor dijo que no estaba enfermo y que, aunque había esquirlas de esquizofrenia en mi sangre, no debía preocuparme. Sugirió hacer más ejercicio, consumir menos grasas y azúcares, no exponerme a la lluvia, y que mis alucinaciones eran producto de un cansancio acumulado que había heredado de algún antepasado suicida de hace más de un siglo. Yo, ciertamente, quisiera sentir que esta preocupación constante en la que he crecido y me retiene es una piel que desprendo a mi capricho, y rasgo para librarme al fin de quien me asecha, me observa y vive dentro de mi casa, consume la carne de la nevera, bebe mi cerveza, se acuesta con mis amigas, tiene mi voz, firma mis cheques, y quiere matarme. “No te preocupes, duerme un poco y lo verás”, dijo al irme de su consultorio.    

He dormido poco, las pastillas que consumo no calman mi angustia ni mi insomnio, mi cuerpo está tenso no tanto por las deudas sino por alguna razón inexplicable que el doctor atribuyó a mis fantasmas. Mi fiebre interna es a causa de las lluvias. Hoy, al abrir la puerta metálica de mi casa oí la música de las campanas de la catedral repicando su clamor tejado abajo. Mi casa ya no era mi casa, y era yo quien se doblaba como las páginas de mis cuadernos de escuela hace más de treinta años. Deliro. Sufro. Es natural para alguien como yo. Mi estado es lamentable, acaso no es mío el corazón de la materia de la que soy hecho. Solo soy entre este montón de palabras superpuestas. Y también exhibo innecesarias ambiciones: existir, olfatear, respirar, acariciar, besar…, he buscado el equilibrio de la balanza de mis apetitos carnales desde mi nacimiento.

Y llego hoy un poco lluvioso, todo el día llovidos los bolsillos, llamo a la puerta, abro, oigo un silencio marino golpear con su oleaje lejano todos los escombros de la angustia, naviero entro vestido de invierno, un atuendo que se ajusta a las proporciones de mi cuerpo, y libro de una vez por todas de la mordaza del delirio, por primera vez no soy el personaje de fanzine archivado en folios viejos, desesperado de polvo, y catalogado por un bibliotecario ciego que en una librería ruinosa de Buenos Aires enumera la luz de su tiniebla, y acepta su destino. Ahora, al fin, libre de toda enfermedad mental, no esquizoide, me conozco, soy este que existe, olfatea, respira, acaricia, besa y siente al invierno hasta sus huesos. Y frente al espejo, ante mi asesino, olvido todas mis empresas fallidas (páginas en blanco, poemas tachados, labios de mujeres hermosas por besar, la caricia del seno, libros arrumados que nunca leeré, cartas sin abrir, el fuego que derrumba mi casa) para cumplir la cita con la muerte, yo, mi propio asesino, asesino a mi asesino, y atribuyo tal designio a mi destino, al asesino que me habita, a ese otro que me asedia (y no culpo al azar ni a la incertidumbre a la que estoy atado), yo soy este que corta con el íntimo cuchillo mi garganta.  

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Nació en Zipaquirá el 24 de noviembre de 1977. Participó en los colectivos literarios Fundación Siembra, Zaguán de Poesía y Los Impresentables. Es Hermano de la Salle. Publicó el poemario Estación del fuego en 2007. Ha obtenido varios reconocimientos literarios: Primer puesto en el II concurso “La memoria de nuestros pueblos”: Homenaje a los estudiantes caídos en soledad" (2013); mención en el IX concurso Bonaventuriano de Cali (2013); mención en el XXVI concurso de Poesía y Cuento de la Universidad Externado de Colombia (2013), segundo puesto en el XII concurso de poesía Eduardo Carranza (año 2014) y mención de honor en el XII Concurso Bonaventuriano de Cali (2016). Ha publicado artículos y poemas en varias revistas literarias. Colaboró como columnista en la revista digital Vórtice (2015).