¿Dónde encuentras la poesía?
La rutina que impone el
día a día me obliga a eludir el cansancio y la monotonía cotidiana por medio de
la poesía. Así pues, la poesía surte en mi vida el efecto no de alucinógeno ni
de analgésico sino de vehículo portador de significados para esos instantes que
pueden ser inmortales en las palabras, palabras que aletean en la orilla de la
página o que son una ola sin aliento que muere en la arena del pensamiento,
palabras que de pronto nos vuelven cósmicos por un momento.
También encuentro la
poesía en mi pasado, en esos momentos felices –y no tanto- de mi infancia que
nutren los nervios y las hojas de los poemas. Es obvio, tampoco lo puedo
olvidar, para ser menos metafórico, más periodístico, que alimento mis textos
de lo que leo a diario –incluso los trabajos con faltas de ortografía de los
estudiantes-, novelas, libros de poemas encontradizos, y hasta de lo que se
publica en las redes sociales –porque allí no todo es basura, como lo pintan-.
En realidad, todo sirve
de pretexto para hallar poesía, pero además es la poesía la que nos encuentra, la
que sale a nuestro paso y nos besa en el camino y nos derriba al primer abrazo
sin que nosotros siquiera nos demos cuenta.
¿Qué hace de un poema un buen poema?
Creo mucho en que la
experiencia poética de cada quien es personal e intransferible, como la fe. Si
esto es cierto, entonces no había medida alguna, ni siquiera aportada por la
crítica literaria ni por los rigurosos cánones literarios para “medir” un poema
y determinar de este modo si es bueno o malo. Así las cosas, creo que el
lector, incluso quien que no se sienta tan avezado en estas lides poéticas,
puede sentir si el poema le llegó o no al corazón, y quizá sea esa su balanza.
¿Cómo equilibrar todos los elementos de la materia del poema para llegar también
al corazón de los necios, es decir de la crítica? Es difícil, sobre todo,
considerando que los poetas no pueden –no deberían- escribir para complacer a
las editoriales o ganar aplausos de públicos preseleccionados por el marketing.
Últimamente, esa tarea
de definir la temperatura de un poema se la he dejado al lector. Me gusta oír a
la gente sencilla, a los compañeros de camino, ellos son mis verdaderos
críticos, ellos me dicen si el poema es bueno o no. Por mi parte, yo como
lector gozo degustando todas las poéticas, y mi estado anímico también me
identifica con palabras, versos o poemas donde veo mi reflejo en el fondo de
sus estanques o escucho mi nombre entre sus sílabas. Sinceramente, no sé qué
hace de un poema un buen poema, pero sí sé llorar, reír, jugar, saltar soga,
gritar, dibujar y soñar, y eso trato de hacer en un poema, eso busco en un
poema, es decir, regresar a mi infancia.
¿Cuáles han sido tus
influencias poéticas?
Empecé asistiendo a
recitales de poesía en diferentes lugares de Bogotá. Yo creo que fue oyendo el
poema El Cuerpo de ella del poeta Nadaísta Jota Mario Arbeláez que quedé maravillado
con la fuerza de la palabra y sus posibilidades infinitas. Ya antes, años
atrás, había memorizado casi en su totalidad ese famoso nocturno de José
Asunción Silva, sí, el del billete de cinco mil pesos, y aunque no sabía mucho
de nuestro valioso e injustamente olvidado bardo Bogotano –o poco reconocido
por su valía, su valentía y coraje ante la vida-, me deleitaba con esa música
dolorosa “llena de perfumes, de susurros y de música de alas”.
Creo que sin darme cuenta,
y en poco tiempo, muchos poetas y poemas me habitaron hasta embriagarme
totalmente de poesía. No tuve orden ni medida en el consumo diario de poemas y
sentía que me quemaban dentro. Es por eso que agradezco haber estado en los
colectivos poéticos de la Fundación Siembra (Sogamoso, Boyacá), Zaguán de
Poesía (Cúcuta, Norte de Santander) y Los impresentables (Bogotá) porque pude
desintoxicarme y creer en la posibilidad de que tenía una voz particular, un
tono a gusto para mí para expresarme.
Ahora bien, es imposible
olvidar los talleres de poesía de Piedad Bonnett quien, pacientemente, dirigía
nuestros sueños para que nos estrelláramos contra la realidad al dejarnos
pilotear nuestra propia nave fantástica.
Y, sin embargo, ¿cómo
-en pocas líneas- compartir las alucinaciones provocadas por los poemas que he
leído y por los que no he leído?
¿Para qué la poesía?
La poesía sirve para
sobrevivir. No puede ser que sólo se exhiba desde el balcón crepuscular para
que todos vean sus carnes, sino que es la militante que subvierte el orden y
pervierte lo establecido. O a lo mejor no. Sólo la poesía existe para gozar y aprovechar
el tiempo insanamente.
¿Qué poetas o qué lecturas recomiendas?
Es una pregunta difícil
pero creo que el corazón del lector debe guiarlo hacia las lecturas que
requiere su alma en ese momento. Los libros nos buscan, nos necesitan, nos
encuentran. Sólo basta abrir las ventanas del cuerpo y creer en las palabras.
Pueda que a lo mejor hallemos algún poeta inglés del siglo XVI que nos entusiasme,
que leamos esa novela aburrida en el colegio pero que hoy cobra sentido, o que
penetremos en las páginas de mamotretos mamertísimos que ahora nos divierten. Es
urgente darle oportunidad al azar para que los libros de todos los siglos y de
todos los autores vengan a nosotros y nos inciten a gozar la vida. Claro que
también podríamos oír música, bailar, orar, ir a misa, o quizás hacer el amor.
¿La poesía en silencio o la poesía en voz alta?
La
poesía busca ambos caminos -el silencio y también la voz alta- y por eso es imposible
detener su caudal sonoro solamente con cerrar un libro, apagar la luz, quemar
una biblioteca o asesinar a los poetas. La poesía se oye en los salmos que se
meditan en silencio en la capilla de un convento o mientras se espera el bus a
la hora pico, la poesía se grita en los reclamos de las huelgas, en las
represiones de la policía, y en los libros que aguardan empolvados en el anaquel
más olvidado de alguna biblioteca invisible.
Y si
bien es cierto que la poesía nos busca, nos llama entre el silencio y la voz en
alto, tal vez en el ensueño, es en la hecatombe urbano, en el corazón cotidiano
de la ciudad donde mejor se expresa.
Datos biográficos
Nació en Zipaquirá, Colombia, el 24 de noviembre de 1977. Participó en
los colectivos literarios Fundación Siembra, Zaguán
de Poesía y Los Impresentables. Es Hermano de la Salle. Publicó el poemario Estación del
fuego en 2007. Ha obtenido varios
reconocimientos literarios: Primer puesto en el II concurso “La memoria de nuestros pueblos”: Homenaje a los
estudiantes caídos en soledad"; mención en el IX concurso Bonaventurano de
Cali; mención en el XXVI concurso de Poesía y Cuento de la Universidad
Externado de Colombia, segundo puesto en el XII concurso de poesía Eduardo
Carranza (año 2014), mención en el XII concurso Bonaventurano de Cali (año 2106) y segundo lugar en el Concurso Internacional de Poesía Ediciones Literarte, Argentina (año 2016). Ha publicado artículos y poemas en varias revistas
literarias. En el año 2015 colaboró como columnista en la revista Vórtice, Nicaragua (año 2015).