domingo, 11 de marzo de 2018

¿El placer de leer?

                     Hace poco pregunté a algunos jóvenes interesados en el proceso de escritura sobre los libros que más detestaban, libros que no habían podido leer, libros que el profesor había impuesto en clase para ser fiel a sus propios gustos literarios o acaso para cumplir el requisito que exige el Plan de Asignatura, libros que habían abandonado con sólo oír el título o ver su número de páginas. 

              Para mi sorpresa fueron saliendo en el tablero varios títulos que también me enredaron la vida en el colegio pero que, años después, al estudiar literatura, leí con agrado, amé y me empujaron a soñar ser escritor más allá del requisito de la nota que exigía el profesor de turno en la Universidad. 

             Libros como Papá Goriot de Balzac o La Celestina de Fernando de Rojas o El Carnero de Juan Rodríguez Freyle que, lo recuerdo como si fuera ayer, me aburrían terriblemente por razones pueriles, infantiles, poco aceptables para alguien que quería ser escritor, me daba sueño la letra pequeña de esos mamotretos sin dibujos y de los cuales pedían resúmenes o análisis literarios sin entender aún qué tenían que ver conmigo y con lo que yo soñaba, sin saber a ciencia cierta las verdaderas razones por las cuales debía disfrutar el placer de leerlos, de entregarme a sus páginas ansiosas sin preocuparme por nada más. 

                    Sin lugar a dudas poco a poco descubrí la importancia de los libros que detestaba sin siquiera haber leído el primer párrafo o el primer capítulo, libros que iba anotando en el tablero viendo y oyendo en la sinceridad de estos jóvenes que sus gustos literarios iban por otro lado, buscaban otra cosa que quizá respondiera a su tiempo, otras escrituras que estuvieran cercanas al canon literario particular que cada cual está en su derecho de hacer y de leer o no, canon que ninguna facultad de literatura o profesor debería imponer sólo porque sin ellos es imprescindible vivir. 

                     Finalmente, tienen razón los que dicen que la lectura no se impone e incluso, por ejemplo, por qué no citar el decálogo del buen lector de Daniel Pennac que impulsa a ser un lector creativo y a no seguirle la corriente al libro, a respaldar la rebeldía a la cual incitaba Cortazar, por qué no dejar libre el paso para que cada cual busque sus autores favoritos y los idolatre y quiera escribir como ellos, porque nuestra única obligación en últimas quizás sea sentir placer al leer lo que nos gusta o nos atrapa, vivir con placer los libros que nos encuentran y no nos dejan en paz como ciertos libros que presto de buena gana y no devuelven, pero por azar vuelven a mis manos para que los lea de nuevo.         


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Nació en Zipaquirá el 24 de noviembre de 1977. Participó en los colectivos literarios Fundación Siembra, Zaguán de Poesía y Los Impresentables. Es Hermano de la Salle. Publicó el poemario Estación del fuego en 2007. Ha obtenido varios reconocimientos literarios: Primer puesto en el II concurso “La memoria de nuestros pueblos”: Homenaje a los estudiantes caídos en soledad" (2013); mención en el IX concurso Bonaventuriano de Cali (2013); mención en el XXVI concurso de Poesía y Cuento de la Universidad Externado de Colombia (2013), segundo puesto en el XII concurso de poesía Eduardo Carranza (año 2014) y mención de honor en el XII Concurso Bonaventuriano de Cali (2016). Ha publicado artículos y poemas en varias revistas literarias. Colaboró como columnista en la revista digital Vórtice (2015).