sábado, 22 de marzo de 2014

EL TRIUNFO DE LA MUERTE


Para José Asunción Silva


Cuando empiezo a escribir siento dentro de mí la extraña sensación de caer en un abismo sin que nada ni nadie me detenga. De pronto, me acerco a la hoja en blanco. A veces también estoy en blanco. Solo cuento en ese momento con mi imaginación porque los demás elementos indispensables aún no se disponen a ayudarme. Acercarme al papel en blanco, aparentemente vacío, es como observar el precipicio desde el borde, en toda su nada y su todo. 

Decido caer, me lanzo sin gritar ni arañar el aire, dejando de lado mis preocupaciones y alegre de que no haya final, feliz por escribir. Y trazo mi primera línea. Voy cayendo, irremediablemente; nunca soñé un final mejor para mi vida que arrojarme al agujero negro de la hoja y no terminar de caer nunca. Esa es la escritura que me define y que todos los días me convoca a la muerte; puede que al terminar de caer al final de este texto sobreviva al impacto.

Escribo y caigo, no señalo culpables ni implicados en este asesinato. Es mi suicidio. Soy mi propio verdugo. Es perfecto. Y en el aire voy desintegrándome, voy convirtiéndome en arena. Desaparece una mano, un brazo, mis piernas ya no existen...mi voz reúne todo lo que soy y no puede desaparecer; sé que los que se atrevan a mirar esta página, podrán observar el abismo, mi cuerpo convertido en arena; oirán mi voz en cada ángulo mientras deciden si se lanzan o no a ese mismo destino.

Este es mi destino cada vez que escribo y muchos lo saben. Sin pretender ser otro, asumiendo mi condición natural de hombre finito que puede degradarse en el acto y del que puede quedar un poco de polvo. Soy polvo. Mira los libros. Sí, los libros. Son hechos de cadáveres. No soy el único. Otros antes que yo han decidido entre el abismo o la locura. Y seguramente vendrán más y más (hombres y mujeres) detrás de mí para morir en el intento. 

Sé que aunque muchos me acompañan, la soledad sigue siendo demasiado larga y se parece a la noche; algún día encontraré el reposo en estos abismos que pueden guardar en el fondo bibliotecas que no existieron, bibliotecas imaginarias que azarosamente busco y no hallo. Así "morir es vivir", le oí una vez al sabio oriental, mi maestro, quien también decidió morir voluntariamente. Hablaba de resurgir como un árbol en un bosque cercano. 

Ojalá yo, no resucite, no resurja ni emerja de lo insondable y siempre siga cayendo...    
       

2 comentarios:

  1. Excelente! Inspirador y entusiasmante!

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  2. Me encanta como ves ese momento de caída libre cuando sólo tienes una hoja en blanco, un camión de ideas y miedo a comenzar... Pero una vez en ello, es difícil detenerse... Como la gravedad cuando vas cayendo del precipicio.

    Saludos

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Nació en Zipaquirá el 24 de noviembre de 1977. Participó en los colectivos literarios Fundación Siembra, Zaguán de Poesía y Los Impresentables. Es Hermano de la Salle. Publicó el poemario Estación del fuego en 2007. Ha obtenido varios reconocimientos literarios: Primer puesto en el II concurso “La memoria de nuestros pueblos”: Homenaje a los estudiantes caídos en soledad" (2013); mención en el IX concurso Bonaventuriano de Cali (2013); mención en el XXVI concurso de Poesía y Cuento de la Universidad Externado de Colombia (2013), segundo puesto en el XII concurso de poesía Eduardo Carranza (año 2014) y mención de honor en el XII Concurso Bonaventuriano de Cali (2016). Ha publicado artículos y poemas en varias revistas literarias. Colaboró como columnista en la revista digital Vórtice (2015).